EL INFIERNO
Entrada al Infierno - Dante Aligheri
" Por mí se va a la ciudad del llanto; por mí se va al eterno dolor; por mí se va hacia la raza condenada: la justicia animó a mi sublime arquitecto; me hizo la Divina Potestad, La Suprema Sabiduría y el primer Amor. Antes de mí no hubo nada creado, a excepción de lo inmortal, y yo duro eternamente. ¡Oh vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!"
- Inscripción que Dante Aligheri coloca en el dintel de entrada al infierno. -
En qué consiste el infierno
La existencia del infierno eterno es dogma de fe. Está definido en el Concilio IV de Letrán.
Consiste en la condenación eterna de todos aquellos que mueren, por libre elección, en pecado mortal.
La pena principal del infierno consiste en la separación eterna del Amor de Dios, en quien únicamente encuentra el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira. Cristo mismo expresa esta realidad con las palabras "alejaos de mí, malditos, id al fuego eterno" (Mt 25,41)
Dios quiere que "todos lleguen a la conversión" (2Pe 3,9), pero, habiendo creado al hombre libre y responsable, respeta sus decisiones. Por tanto, es el hombre mismo quien, con plena autonomía, se excluye voluntariamente de la comunión con Dios si, en el momento de la propia muerte, persiste en el pecado mortal, rechazando el amor misericordioso de Dios.
El infierno es el tormento eterno de los que mueren sin arrepentirse de sus pecados mortales.
El pecado es obra del hombre, y el infierno es el fruto del pecado.
El infierno existe, no porque Dios quiera que exista, sino porque el hombre, en el mal uso de su libertad, puede optar por estar en contra de Dios.
Y no es necesario que esa opción sea explícita, se puede negar a Dios tan solo con nuestros malos actos.
Al ser humano no se le puede suprimir su propia libertad. Si el hombre no es libre para decirle NO a Dios, tampoco sería libre para decirle SI.
Por eso la posibilidad de escoger a Dios como mi maestro y guía, incluye la posibilidad de rechazarlo.
El infierno es el fracaso definitivo del hombre.
"Aquel que, con plena conciencia de lo que hace, rechaza la palabra de Cristo y la salvación que le ofrece, o quien, luego de aceptarla, se comporta obstinadamente en contra de su ley, o aquel que vive en oposición con su conciencia, estos tales no llegarán a su destino de bienaventuranza y quedarán, por desgracia, alejados de Dios para siempre."
Nuestro Señor Jesucristo habla en los Evangelios quince veces del infierno y en el Antiguo Testamento se dice veintitrés veces que hay fuego eterno.
Algunos se preguntan que por qué si Dios es tan misericordioso, deja que nos vayamos al infierno?
Hay que tener presente que Dios no envía a nadie al infierno; es el hombre que por haber, libremente, rechazado a Dios llega a tan penoso destino.
Jesucristo nos enseñó muy claramente la gran Misericordia que tiene Dios, pero también nos dejó muy claro que el infierno es eterno.
Aunque Dios sea misericordioso, es también justo. Como es misericordioso, siempre perdona al que se arrepiente de su pecado y como es justo no perdona a quien no se arrepiente de su pecado.
La justicia exige reparación del orden violado. Por lo tanto, el que libre y voluntariamente pecó y muere sin arrepentirse de su pecado, merece un castigo. Y este castigo ha de durar mientras no se repare la falta por el arrepentimiento; pues las faltas morales no se pueden reparar sin arrepentimiento; ahora bien como la muerte pone fin a la vida, el arrepentimiento se hace ya imposible, porque después de la muerte ya no habrá posibilidad de arrepentirse. La falta del pecador que murió sin arrepentimiento queda irreparada para siempre, por lo tanto para siempre ha de durar el castigo.
A Dios se le debe servir por amor y no por temor a ir al infierno.
Qué eran "los infiernos" a los que descendió Jesús?
Los "infiernos" constituían el estado de todos aquellos, justos e injustos, que habían muerto antes de Cristo (Para los judíos El Sheol). Con el alma unida a su Persona divina, Jesús tomó en "los infiernos" a los justos que aguardaban a su Redentor para poder acceder finalmente al encuentro con Dios. Después de haber vencido, mediante la muerte en la cruz, a la muerte y al diablo, Nuestro Señor liberó a los justos, que esperaban al Redentor, y les abrió las puertas del Cielo.
Hermanos, Dios en su infinita sabiduría, nos ha confiado una responsabilidad demasiado grande: dueños de nuestra propia libertad.
Si utilizamos esa libertad de manera irresponsable, lo más seguro es que perdamos la vida eterna.
Esto no es un juego. La libertad que se nos ha confiado radica en la libre elección de aceptar o no aceptar a Dios en nuestras vidas.
Si por nuestra propia voluntad escogemos a Dios, esto supone un esfuerzo de nuestra parte, ya que debemos vencernos a nosotros mismos, vencer al mundo, vencer la carne y vencer al diablo.
Y esto cómo lo logramos siendo nosotros seres tan débiles y concupiscentes?
Muy sencillo, confiando en Nuestro Señor Jesucristo y con la mediación de la Santísima Virgen María, San José y todos los Santos.
Jesús nos lo prometió "Estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos"...
No se nos ha dado libertad para vivir de cualquier manera. Vivir de manera concupiscente, es vivir en contra de la voluntad de Dios.
Y Ojo, todo aquel que reza y peca ...... pierde!!
Y no es necesario que esa opción sea explícita, se puede negar a Dios tan solo con nuestros malos actos.
Al ser humano no se le puede suprimir su propia libertad. Si el hombre no es libre para decirle NO a Dios, tampoco sería libre para decirle SI.
Por eso la posibilidad de escoger a Dios como mi maestro y guía, incluye la posibilidad de rechazarlo.
El infierno es el fracaso definitivo del hombre.
"Aquel que, con plena conciencia de lo que hace, rechaza la palabra de Cristo y la salvación que le ofrece, o quien, luego de aceptarla, se comporta obstinadamente en contra de su ley, o aquel que vive en oposición con su conciencia, estos tales no llegarán a su destino de bienaventuranza y quedarán, por desgracia, alejados de Dios para siempre."
Nuestro Señor Jesucristo habla en los Evangelios quince veces del infierno y en el Antiguo Testamento se dice veintitrés veces que hay fuego eterno.
Algunos se preguntan que por qué si Dios es tan misericordioso, deja que nos vayamos al infierno?
Hay que tener presente que Dios no envía a nadie al infierno; es el hombre que por haber, libremente, rechazado a Dios llega a tan penoso destino.
Jesucristo nos enseñó muy claramente la gran Misericordia que tiene Dios, pero también nos dejó muy claro que el infierno es eterno.
Aunque Dios sea misericordioso, es también justo. Como es misericordioso, siempre perdona al que se arrepiente de su pecado y como es justo no perdona a quien no se arrepiente de su pecado.
La justicia exige reparación del orden violado. Por lo tanto, el que libre y voluntariamente pecó y muere sin arrepentirse de su pecado, merece un castigo. Y este castigo ha de durar mientras no se repare la falta por el arrepentimiento; pues las faltas morales no se pueden reparar sin arrepentimiento; ahora bien como la muerte pone fin a la vida, el arrepentimiento se hace ya imposible, porque después de la muerte ya no habrá posibilidad de arrepentirse. La falta del pecador que murió sin arrepentimiento queda irreparada para siempre, por lo tanto para siempre ha de durar el castigo.
A Dios se le debe servir por amor y no por temor a ir al infierno.
Qué eran "los infiernos" a los que descendió Jesús?
Los "infiernos" constituían el estado de todos aquellos, justos e injustos, que habían muerto antes de Cristo (Para los judíos El Sheol). Con el alma unida a su Persona divina, Jesús tomó en "los infiernos" a los justos que aguardaban a su Redentor para poder acceder finalmente al encuentro con Dios. Después de haber vencido, mediante la muerte en la cruz, a la muerte y al diablo, Nuestro Señor liberó a los justos, que esperaban al Redentor, y les abrió las puertas del Cielo.
Hermanos, Dios en su infinita sabiduría, nos ha confiado una responsabilidad demasiado grande: dueños de nuestra propia libertad.
Si utilizamos esa libertad de manera irresponsable, lo más seguro es que perdamos la vida eterna.
Esto no es un juego. La libertad que se nos ha confiado radica en la libre elección de aceptar o no aceptar a Dios en nuestras vidas.
Si por nuestra propia voluntad escogemos a Dios, esto supone un esfuerzo de nuestra parte, ya que debemos vencernos a nosotros mismos, vencer al mundo, vencer la carne y vencer al diablo.
Y esto cómo lo logramos siendo nosotros seres tan débiles y concupiscentes?
Muy sencillo, confiando en Nuestro Señor Jesucristo y con la mediación de la Santísima Virgen María, San José y todos los Santos.
Jesús nos lo prometió "Estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos"...
No se nos ha dado libertad para vivir de cualquier manera. Vivir de manera concupiscente, es vivir en contra de la voluntad de Dios.
Y Ojo, todo aquel que reza y peca ...... pierde!!